Claro de Luna

miércoles, 30 de abril de 2008

4 confesión (es)  

Un, dos, tres, un, dos, tres, un, dos tres, un, dos, tres...
Mírate, estás ahí, sentado haciendo nada, sólo escuchando su compás, el golpeteo contra las cuerdas, la vibración de sus entrañas y tu cuerpo se estremece también; como si cada pensamiento fuera una tecla que presionas para que el macillo golpee tu cerebro.
Un, dos, tres, un, dos, tres, un, dos, tres, un, dos, tres... tan-, tarán.
Le extrañas, está su imagen rondando constantemente tu cabeza, cada parte de ti le recuerda con su memoria única, única y repetida en tu memoria personal. Tu nariz memorizó su aroma y lo busca, quiere sentirlo una vez más cerca; tus ojos guardan cada facción suya en la retina, tiene en su reserva cada línea de su figura; tus manos aprendieron a reconocer la textura de su cara, de sus manos, de su cuerpo, de su pelo, su textura; tu oído añora escuchar su voz, qué increíble que por diario que se vean no escuches su risa, no oigas sus burlas, no sientas su timbre vibrar por el aire hasta ti; y tu boca le recuerda, le llama a gritos sin sonido, presiona los labios cuando está cerca, se sonroja, extraña su sabor.
Un, dos, tres, tan-, ta-rán... tan, ta-rán... tan... tan... tan... tán...
TÚ le extrañas, quieres tenerle otra vez entre tus brazos, sentir su calor, sus caricias y su voz. Respirar acelerado, sonrojarte al verle sin vergüenza ni miedo que vuelva los ojos, hablarle sin pena. Deseas que aquellos días vuelvan, aquellas tardes, esos comienzos de noche. Pero al parecer, nunca vieron el claro de la luna, sólo estuvieron ahí, en el comienzo de la noche, noches sin luna, pero brillantes por ustedes. Aún sientes celos, aún despiertas deseando verle, aún recuerdas cada una de sus facciones, cada voz, cada mirada, cada gesto. Aún suenan tus cuerdas, aunque el martillo ya no golpee.
Un, dos, tres, un, dos...